miércoles, 3 de febrero de 2016

PENSANDO EN VOZ ALTA





Cuando se encuentra con el ánimo poco estimulado, sueña. Sueña despierto, recreando lo que pudo ser y no fue. Sueña rescatando las imágenes que hacen de intermediarias con los recuerdos. ¿O son esas imágenes lo único que permanece, sin saber muy bien si son las causas o los efectos de lo vivido? Hay tanto bagaje en la historia de cada individuo. Es decir, en ese recorrido que unos llaman vida, otros experiencia, otros madurez. Piensa en los nombres, por ejemplo. Desde niños le enseñaron nombres. No siempre se correspondían con lo real ni con lo razonable ni con lo imaginario ni con lo entendible. Se le iba dictando nombres. Nombres que debían escribirse y repetirse oralmente y luego recitarse ante los superiores de la tribu. Nombres que debía tomar como certezas y cargar con ellos, impregnarse de ellos y adorar y demonizar bajo su égida sustantivada. Sería injusto olvidar que también hubo muchos nombres sencillos, que se repetían lo justo o sin darle más entonación, porque no contenían pizca de épica alguna: madre, pan, lluvia, escalera, muerto, nombres que se veían. Se veían tanto que pasaban desapercibidos; era como si no fueran nombres, sino estados de ser. Había otros también que no eran ni grandilocuentes ni tangibles, y que parecía que estaban formados de otra materia, tal como silencio, o que fueran producto del azar o de la equivocación, por ejemplo placer. Y había algunos que perseguían obsesivamente, tales letra o número o verbo. Y luego aquellos nombres que no se enseñaban sino que se aprendían a la manera como la tierra toma las esporas volantes: escondite, escapada, mirada. Nombres a contrapelo de todos los nombres y que se instalaban en la prioridad del niño que respondía a su llamada primitiva. Se salva a sí mismo una noche más con este arriesgado ejercicio de funambulista, el de recorrer un espacio entre lo deseable y lo soñado. 





No hay comentarios:

Publicar un comentario