Pasa la
vida… y ya estamos en 2016, unos cuantos años después de que empezara esta
nueva fase que los medios de incomunicación dieron en llamar crisis y que cada
vez más gente denomina estafa. Lamentablemente, todo sigue igual.
Los grandes
bancos multiplicando exponencialmente sus beneficios mientras siguen condenando a la miseria y la muerte
a miles de seres humanos con el apoyo incansable de un Estado que se dedica a
regalarles dinero a cambio del incalculable apoyo financiero para los partidos
y organizaciones afines.
Las grandes
transnacionales en su dinámica de enriquecerse, a costa de exigir el sacrificio
humano con condiciones de trabajo cada vez más esclavistas, gracias a una
legalidad redactada para eso, y con la amenaza del desempleo más implacable que
nunca.
Los poderes
públicos sentados en su atalaya, negociando sus intereses y representando la
tragicomedia de la democracia para tenernos entretenidos mientras siguen
afianzando y ampliando este sistema de humillación y esclavitud en el que somos
meros números que oscilamos entre las columnas de los necesarios y los
prescindibles. Delegando en los tecnócratas del escalafón alto la gestión de la
democracia, es decir, dejando que el sistema judicial y el policial se
encarguen de mantener las cosas en su sitio de que nada altere el discurrir de
los días.
Mientras
tanto, ¿qué hacemos nosotros? Pues seguimos como siempre, cada uno a lo suyo.
Eso sí, siempre con un ojo puesto en lo del vecino, no sea que dejemos pasar la
oportunidad de joder. Porque si algo está claro es que nosotros no aprendemos.
Seguimos, aunque parezca mentira, ilusionándonos cada vez que se acercan
elecciones con la aparición de nuevos proyectos políticos que prometen poner
las instituciones al servicio de la ciudadanía. Como si eso fuera posible, como
si esas instituciones fueran neutrales y su ejercicio dependiera de la buena
voluntad de sus ocupantes. Las instituciones de esta supuesta democracia son
las instituciones del poder, creados por los poderosos con la única misión de
servir a sus intereses y absolutamente culpables de la inmovilidad de la
situación.
Las
agresiones a las que nos vemos sometidos son constantes, sin embargo, mientras
no seamos capaces de personalizarnos en un primer lugar para asegurar la
subsistencia diaria y en última instancia para hacer una verdadera reflexión
crítica sin prejuicios ideológicos de ninguna clase de la realidad que vivimos
y de las implicaciones que esto tiene, no saldremos jamás de este bucle de
acción-reacción en el que llevamos todas las de perder y que sólo nos depara
una caída libre hacia una vida cada vez más lejos de un ideal de dignidad que ni
siquiera nos atrevemos a imaginar a día de hoy pero que es imprescindible para
garantizar la viabilidad de todo tipo de vida en este planeta.
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