* La vida se nos escapa como un puñado de arena entre las manos
Antes de acostarme debo
disponer mi rostro de mañana. Abrir el armario de las máscaras. Extenderlas
sobre la caja de neón. Hasta los cráneos se abren de par en par y ofrecen un
disfraz que es una pose, que es una autodefensa. Decidirse a aparentar una
jornada más. Traducir los gestos aquiescentes como si se tratase de la propia
naturalidad. De frente, de lado, de cogote. Cuántos actores anónimos estarán a
esta misma hora preparando el uniforme del día siguiente. Los mismos que, horneados
por la madrugada, nos encontraremos en andenes, en autovías ,en ascensores.
Repasar el surtido. Qué modelo escoger. ¿El rostro cejijunto? ¿La sonrisa
beatífica? ¿La piel distendida del despistado? ¿La alegría incontenible y
ejemplarizante? ¿Los pómulos rollizos de la felicidad manifiesta? ¿La mirada
penetrante y avasalladora que derribe al enemigo antes de comenzar la batalla?
¿El perfil despreocupado? ¿El morro apretado y firme? ¿La frescura tersa y
refrescante? Cuesta decidirse. Sobre todo cuando hay que dar la talla. Cuando
hay que mostrarse como no se es. Mejor lo dejo a la improvisación.
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