* Una mano crece cuando una cara se deja apuntalar
Una cara crece cuando una mano la sostiene. La turbación del roce da
paso a la aceptación de la caricia. Una caricia tiene que sujetar, de lo
contrario no pasaría de manifestar sino la levedad de una carantoña. Hay un
componente arquitectónico en la verdadera caricia. Dos individuos se conceden
un tiempo de sí mismos. Se intercambian. Ceden a todo lo superfluo y se ponen
en el lugar opuesto. Todo se detiene ante la mano que acaricia y ante el rostro
que se deja acariciar. Incluso las palabras cesan, las miradas pueden ser
prescindibles, la luz no es necesaria. Las fuerzas más imprecisas de dos
cuerpos se ponen a prueba. Uno descarga sobre el otro su abandono. El otro se
erige en equilibrio de una emoción compartida. La construcción es dual. La
llama arde en cualquiera de los dos sentidos. La quietud iguala la
intrascendencia de los géneros. Una mano crece cuando una cara se deja
apuntalar.
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