lunes, 15 de febrero de 2016

LAS HUELLAS




Con frecuencia me pregunto cómo sería el ser humano si no hubiera violencia. Si no tuviésemos presente el temor al golpe o a la patada. Si no conociéramos el horror del hambre o de la cárcel. Si no creyéramos como algo posible vivir la incertidumbre de un exilio o de una frontera cerrada a cal y canto.

No me puedo creer que la humanidad no sepa vivir en paz, no me puedo creer que las personas acepten el sable como inevitable, que sea inevitable la bofetada, el insulto, el grito, la masacre. No me puedo creer que aceptemos como irremediable la injusticia impuesta sobre millones de seres.

Por eso me pregunto, ¿cómo será de hermosa y apacible la persona en paz enteramente? ¿Cómo será ese asombro de vivir sencillos, sin el peso del miedo que lacera? ¿Cómo será vivir con la historia mirándose en el espejo sin ojos que la deformen, sin lápices que la escriban y la atrofien?

Me pregunto estas cosas, ahora que las preguntas escasean, porque no encuentro un bálsamo que consuele esta visión monstruosa de lo humano. No es fácil creer cuando alrededor el desasosiego se clava en cada casa con cada violencia repetida. Deseo vivir en un lugar donde hablar de paz no sea extraordinario, donde la violencia sea acorralada aunque lleve máscaras. La violencia está tan presente en nuestras vidas que casi no la percibimos, nos hemos aclimatado en ese territorio hostil y subsistimos a duras penas, a veces alegres.

Soy ingenuo, lo sé, no quiero morirme sin conocer la paz entera. Quisiera andar los caminos con todas mis preguntas y también con algunas respuestas. Quiero mirar a las personas y comprobar que en su piel no hay marcas, que en su mirada no hay marcas, que en sus ideas no hay marcas, que en sus corazones no hay marcas, de violencia, de impotencia, de rabia.

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