viernes, 12 de febrero de 2016

LA OBJETIVIDAD EN EL PERIODISMO




La objetividad, el tratar de reflejar lo que percibimos de la forma lo menos influenciada  y condicionada posible, buscando respetar lo más fielmente posible los hechos, no es un tarea fácil. En primer lugar no por solo las limitaciones de nuestra naturaleza perceptiva, más válida y poderosa que lo que habitualmente creemos, sino principalmente por ese filtro cultural-social que evita que ideas y hechos fundamentales sean desechados sin ser siquiera tenidos en cuenta. Es muy común verlo en personas con una enraizada creencia de clase, de estatus social, especialmente en aquellas que pertenecen a familias dominantes y propietarias de los bienes económicos. Estas personas no admiten que se pueda hablar de un mundo con igualdad de oportunidades, sin amos ni sirvientes. Este ejemplo que  expongo nos servirá de gran utilidad para entender la objetividad en el periodismo, al ser los dueños de los medios de comunicación miembros de esas "clases altas", con un profundo sentimiento y pensamiento clasista.

Así, lo que se establece como aceptable, normal o incluso objetivo es el resultado que se produce en muchos ámbitos de la influencia de esas poderosas fuerzas que dirigen nuestras sociedades. A la cabeza de las cuales están esas familias dominantes. Salirse de estos, muchas veces demasiado estrechos, márgenes de pensamiento y comportamiento marcados, puede suponer y supone para el que lo haga un severo castigo; por muy basadas que estén las observaciones realizadas en hechos bien fundamentados . Castigo que pocos querran sufrir, aunque esto suponga el abandono de la propia independencia y la completa sumisión. Algo que a la larga se paga con frustración y malestar personal. La desobediencia se paga, la obediencia también, aunque de diferente forma.

De este modo, en este mundo periodístico dominado por el poder económico, hoy en día prácticamente todo él, las opiniones de supuestos "expertos" con vínculos e intereses con los dueños reales del medio, son tratadas como objetivas y en primera plana. En cambio, no ya las opiniones, sino los hechos que no favorecen esta visión de las cosas y los grandes intereses que hay detrás de ellas, son habitualmente ocultados o también tergiversados, deformados, hasta difamados, para hacerles perder el valor real que verdaderamente tienen de cara al público. Público que si no es crítico o no conoce a fondo de lo que se habla, lo que es habitual, acabará no teniéndolo en cuenta, desechándolo o en el peor de los casos haciendo mofa o burla de tales hechos o de aquellos que tengan el valor de defenderlos.

El periodista que trabaja para estos medios desempeña un papel con unos límites bien marcados a la libertad de expresión y, por tanto, a la objetividad.

Tanto si ellos conscientemente  reconocen o no los parámetros ideológicos dentro de los cuales operan, los periodistas no persiguen aquellas preguntas que rozan contra los límites ideológicos de sus patronos. Estas incluyen: ¿Por qué están la riqueza y el poder tan desigualmente distribuidos entre clases dentro de las naciones y entre las naciones desarrolladas y el tercer mundo? ¿Por qué las corporaciones tienen tanto poder y la gente tan poco? ¿Por qué hay tanto desempleo, carencias e inseguridad económica en tantos países en los cuales se dice que el capitalismo funciona tan bien? En su dedicación a la "objetividad", los periodistas nunca se acercan a tratar con las realidades detrás de tales preguntas. Estas preguntas expuestas son básicas y cruciales si uno quiere responder a los problemas económicos y sociales, y entender el mundo en el que vive; porque van a las causas raíces de dichos problemas. El que el periodista no se las plantee, al menos a nivel público, es debido al negado pero muy existente adoctrinamiento, cuando no temor, profesional y social. El resultado de tal temor y adoctrinamiento anula tanto al periodista, y su objetividad, como a la persona.

Tenemos pues, que la "objetividad", objetividad entre comillas, consiste en no contradecir o cuestionar las intenciones de nuestros dirigentes, a las que se supone, con todas las evidencias en contra, como benévolas, bien intencionadas. Lo más que se puede o se atreve alguien a poner en entredicho es la forma o a esta o aquella persona prescindible, pero no el fondo del asunto; como es por ejemplo la amoralidad y alegalidad, a nivel internacional, de la intervención política, militar o económica en la soberanía de otras naciones o del silencio de como los enormes monopolios económicos controlan nuestros gobiernos, anulando cualquier expectativa de democracia real y, por tanto también, de progreso social.

La objetividad periodística, lo queramos saber o no, afecta a nuestras vidas.


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