La objetividad, el
tratar de reflejar lo que percibimos de la forma lo menos influenciada y
condicionada posible, buscando respetar lo más fielmente posible los hechos, no
es un tarea fácil. En primer lugar no por solo las limitaciones de nuestra
naturaleza perceptiva, más válida y poderosa que lo que habitualmente creemos,
sino principalmente por ese filtro cultural-social que evita que ideas y hechos
fundamentales sean desechados sin ser siquiera tenidos en cuenta. Es muy común
verlo en personas con una enraizada creencia de clase, de estatus social,
especialmente en aquellas que pertenecen a familias dominantes y propietarias
de los bienes económicos. Estas personas no admiten que se pueda hablar de un
mundo con igualdad de oportunidades, sin amos ni sirvientes. Este ejemplo que expongo nos servirá de gran utilidad para
entender la objetividad en el periodismo, al ser los dueños de los medios de
comunicación miembros de esas "clases altas", con un profundo
sentimiento y pensamiento clasista.
Así, lo que se establece
como aceptable, normal o incluso objetivo es el resultado que se produce en
muchos ámbitos de la influencia de esas poderosas fuerzas que dirigen nuestras
sociedades. A la cabeza de las cuales están esas familias dominantes. Salirse
de estos, muchas veces demasiado estrechos, márgenes de pensamiento y
comportamiento marcados, puede
suponer y supone para el que lo haga un severo castigo; por muy basadas
que estén las observaciones realizadas en hechos bien fundamentados .
Castigo que pocos querran sufrir, aunque esto suponga el abandono de la propia
independencia y la completa sumisión. Algo que a la larga se paga con
frustración y malestar personal. La desobediencia se paga, la obediencia
también, aunque de diferente forma.
De este modo, en este
mundo periodístico dominado por el poder económico, hoy en día prácticamente
todo él, las opiniones de supuestos "expertos" con vínculos e
intereses con los dueños reales del medio, son tratadas como objetivas y en
primera plana. En cambio, no ya las opiniones, sino los hechos que no favorecen
esta visión de las cosas y los grandes intereses que hay detrás de ellas, son
habitualmente ocultados o también tergiversados, deformados, hasta difamados,
para hacerles perder el valor real que verdaderamente tienen de cara al
público. Público que si no es crítico o no conoce a fondo de lo que se habla,
lo que es habitual, acabará no teniéndolo en cuenta, desechándolo o en el peor
de los casos haciendo mofa o burla de tales hechos o de aquellos que tengan el
valor de defenderlos.
El periodista que
trabaja para estos medios desempeña un papel con unos límites bien marcados a
la libertad de expresión y, por tanto, a la objetividad.
Tanto
si ellos conscientemente reconocen o no los parámetros ideológicos dentro
de los cuales operan, los periodistas no persiguen aquellas preguntas que rozan
contra los límites ideológicos de sus patronos. Estas incluyen: ¿Por qué están
la riqueza y el poder tan desigualmente distribuidos entre clases dentro de las
naciones y entre las naciones desarrolladas y el tercer mundo? ¿Por qué las
corporaciones tienen tanto poder y la gente tan poco? ¿Por qué hay tanto
desempleo, carencias e inseguridad económica en tantos países en los cuales se
dice que el capitalismo funciona tan bien? En su dedicación a la
"objetividad", los periodistas nunca se acercan a tratar con las
realidades detrás de tales preguntas. Estas preguntas expuestas son básicas y
cruciales si uno quiere responder a los problemas económicos y sociales, y
entender el mundo en el que vive; porque van a las causas raíces de dichos
problemas. El que el periodista no se las plantee, al menos a nivel público, es
debido al negado pero muy existente adoctrinamiento, cuando no temor,
profesional y social. El resultado de tal temor y adoctrinamiento anula tanto
al periodista, y su objetividad, como a la persona.
Tenemos pues, que la
"objetividad", objetividad entre comillas, consiste en no contradecir
o cuestionar las intenciones de nuestros dirigentes, a las que se supone, con
todas las evidencias en contra, como benévolas, bien intencionadas. Lo más que
se puede o se atreve alguien a poner en entredicho es la forma o a esta o
aquella persona prescindible, pero no el fondo del asunto; como es por ejemplo
la amoralidad y alegalidad, a nivel internacional, de la intervención política,
militar o económica en la soberanía de otras naciones o del silencio de como
los enormes monopolios económicos controlan nuestros gobiernos, anulando
cualquier expectativa de democracia real y, por tanto también, de progreso
social.
La objetividad
periodística, lo queramos saber o no, afecta a nuestras vidas.
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